“ Todavía tenemos que mirar la
ausencia de mujeres que no pudieron hablarle a
nuestra vida” Adrienne Rich
En 1929, el mismo año
en que Virginia Woolf publica el libro que se va a convertir en un referente
para los estudios sobre la mujer escritora, Una
habitación propia, en el que tantas nuevas ideas, hoy comunes y obvias,
aparecen escritas por primera vez, la escritora catalana Elizabeth Mulder publica un libro de poemas, Sinfonía en rojo, en el que va
desechando, una a una, las imágenes que se habían utilizado para dar cuenta de
la identidad de la mujer. Porque de eso se ha tratado siempre, de crear
imágenes o modelos a los que había que adecuarse, calladamente, sin hablar y, por
supuesto, sin escribir. Imágenes que hacían referencia a algo cerrado,
estático, inmutable: el huerto, el jardín, el estanque, el hogar. Pero a esas imágenes
se contraponen otras, que implican movimiento, transformación, cambio, riesgo:
el viaje, el mar, la ruta ignorada.
Durante todo el siglo
XIX, época en la que empieza a ser tenida en cuenta la llamada “cuestión
femenina”, se construyeron sólidas ficciones para impedir que la mujer
traspasase las barreras de esos ámbitos cerrados o domésticos donde sí se le
permitía reinar. A mediados de siglo, una serie de escritoras
empiezan a naturalizar el hecho de escribir dentro de los cánones de la mujer
correcta y virtuosa que se postuló bajo la expresión del “ángel del hogar”,
estas llamadas “escritoras de la domesticidad”, cuya representante más singular
es Pilar Sinués[1] intentan
hacer del hecho de escribir, sobre todo diarios y dietarios, una más de las
labores o tareas propias de la perfecta mujer de su casa. Tampoco se separan de
este modelo gran parte de las poetas románticas, que asumen su papel de
escritoras como portadoras de los modelos decimonónicos de mujer que se
adaptaron, por cierto, muy bien a la sensibilidad romántica: el alma de la
mujer, quebradiza y sensible, encontraría un perfecto cauce de expresión en la
poesía[2],
pero sólo en un tipo de poesía, la que se consideraba “femenina”, propia de la
mujer; por ello las escritoras que no
poseían fuerza, talento, valentía o vigor para enfrentarse abiertamente a esos
modelos, eran “aceptadas” sin más por el mundo literario burgués, pero no se
las tenía en cuenta, no se las respetaba, eran
poetisas o literatas, rechazadas en el fondo por un
mundo que las consideraba locas o
histéricas, cuando no, abiertamente, indecentes. [3]
Para
hacer frente a estos modelos, tan hondamente arraigados, era necesario tener la
energía y la excelencia de Pardo Bazán o la voz poética incomparable de
Rosalía. De ese modo se podían romper las paredes del hogar, matar al ángel;
pero para hacerlo era necesario también matar el monstruo, ese monstruo
alimentado de ficciones que impedía crecer de forma independiente y libre a las
mujeres de la casa:
“Antes
de que la mujer escritora pueda viajar a través del espejo hacia la autonomía
literaria debe aceptar las imágenes de la superficie del espejo, es decir, esas
máscaras míticas que los artistas masculinos han fijado sobre su rostro (…) una
mujer escritora ha de examinar, asimilar y trascender las imágenes extremas del
ángel y del monstruo que los autores masculinos han generado para ella. Antes
de que las mujeres puedan escribir, declaró Virginia Woolf, debemos matar el
ideal estético mediante el cual hemos sido “matadas” para convertirnos en arte”
[4]
Para matar al monstruo,
al ideal estético del que habla Woolf, no había espacios que perder, ni tiempo.
Por ello, Pardo Bazán, denostada en muchos casos por sus compañeras escritoras,
que la consideran demasiado desapegada de su lucha, está decidida a
reivindicarse como escritora aún a riesgo de negar su condición femenina, en
una carta inédita, rescatada por Carmen Bravo Villasante, escribe: “De los dos
órdenes de virtudes que se exigen al género humano, elijo los del varón y en
paz” [5],
harta del debate, entre lo que significaba “escribir como un hombre” y
“escribir como una mujer”. En 1892 lanza el proyecto de crear una Biblioteca de Mujeres y por las mismas
fechas escribe una serie de ensayos sobre la mujer española, donde se muestra
directamente reivindicativa. Pero ella sabe que es en la escritura donde debe
ganar, de verdad, la batalla de la igualdad. Y consigue el respecto, a duras
penas, de sus colegas varones, los Clarín, Valera, Benavente, tan poco dados a admitir ningún tipo de valor
a la creación literaria de las mujeres. Pero no conseguirá, sin embargo, uno de
sus sueños, ser nombrada miembro de la Real Academia Española. De modo que la escritora
que se carteaba de tú a tú con la mayor parte de los intelectuales europeos,
autoras de alguna de las novelas más importantes del realismo español, no puede
ocupar un sillón de tan docta casa. Pero la mujer que en 1901 escribe con
respecto a la lucha feminista: “Es la única gran conquista de la humanidad que
se habrá obtenido pacíficamente, sin costar una lágrima ni una gota de sangre,
solo con la palabra, el libro y el instinto de justicia”[6]
romperá las imágenes del espejo para muchas otras escritoras de su generación[7]
y de las generaciones venideras.
Vetado el mundo de la
cultura y de la educación, la mujer de principios del siglo XX es todavía como
aquella hermana de Shakespeare, rebelde y talentosa que imaginó Virginia Woolf,
y a quien el destino le dispensará un final muy distinto al de su famoso
hermano[8]
. Pero algo, sin embargo, estaba empezando a cambiar. Las conquistas sociales y
políticas que habían adquirido los ciudadanos varones a lo largo del siglo XIX
y que eran, como señaló pardo Bazán en su escrito de 1898, La mujer española, las que estaban abriendo los grandes abismos de
desigualdad entre hombres y mujeres, las conquistas del liberalismo burgués,
hacen que el antiguo debate sobre la cuestión femenina se platee en términos de
liberación de la mujer, concretamente, sobre su derecho a la educación y su
participación en la vida política y laboral.
Las mujeres que
empiezan a escribir en torno al 98, tiene que luchar en un doble frente, el de
ser reconocidas como escritoras, pero antes aún, como mujeres capaces de vivir
una vida de adultas, de sujetos libres que pueden estudiar, trabajar, viajar,
opinar, frecuentar tabernas, tertulias y cafés en igualdad de condiciones que
sus compañeros varones. Estas escritoras, que contra viento y marea defendieron
su derecho a vivir de otra manera, fueron las “las genuinas representantes del
acceso de la mujer a la sociedad” [9],
eran las representantes de la nueva mujer, urbana y burguesa, que iba a abrir,
definitivamente, el camino a lo que entonces se llamó “ la mujer moderna”[10].
Entre 1898 y 1936, es
decir, en la época dorada de la literatura española que se ha dado en llamar
Edad de Plata, el papel esencial de estas mujeres ha quedado, sin embargo, al
margen de los cánones literarios y de las historias de la literatura. Sólo en
los últimos años está haciéndose un esfuerzo por rescatar esos nombres de mujer
de la intrahistoria donde han estado olvidadas[11].
En los albores del
siglo XX, una mujer llega a Madrid procedente de Almería, separada de su marido
y con una niña pequeña en brazos; llega dispuesta a estudiar y a ganarse la
vida como escritora. Es Carmen de Burgos[12]
(1867-1932), que con el tiempo se convertirá en la famosa Colombine, acreditada
periodista y talentosa escritora, prototipo de mujer moderna. En 1902 obtiene
una plaza de maestra en la Escuela Norma de Guadalajara y, al mismo tiempo que
trabaja como profesora, una de las pocas profesiones que se consideraban
adecuadas para la mujer, empieza a colaborar en los periódicos más influyentes
de Madrid, con consejos sobre salud, belleza e higiene para una mujer que, todavía, tiene que mantener a
raya cierta idea tradicional de la feminidad.
Pero es también una acalorada defensora
del divorcio, tema en el que ni siguiera Pardo Bazán se atrevía a opinar. Su
literatura está dirigida a un público popular, de hecho su primera novela, El tesoro del castillo, es un tipo de
novela corta muy común entre las mujeres escritoras de la época[13]
. También sus siguientes novelas Los
inadaptados, centrada en el mundo rural de su Andalucía natal y El
veneno del arte, donde trata
temas como la independencia de la mujer o la homosexualidad siguen dirigiéndose
a un público muy amplio y mayoritariamente femenino [14].En
los últimos años de su vida intensifica su trabajo a favor de la defensa de los
derechos de la mujer[15],
como muestra su libro La mujer moderna y sus derechos de 1927.
Muere en pleno discurso sobre la
educación sexual en el Círculo Radical Socialista de Madrid. Demasiadas veces el
nombre de un hombre ha marcado la vida de una mujer singular, pero nunca como
en el caso del nombre Gregorio Martínez Sierra, marca o emblema bajo el que se
escondió el talento de otras de las escritoras más importantes de esta primera generación
del siglo: María Lejárraga (1874-1974), víctima de uno de los grandes tabúes de
la época, el hecho de que una mujer, sencillamente, escribiese libros. En su
libro de memorias Gregorio y yo,
respecto al hecho de firmar sus libros con el nombre de su socio-marido,
escribe: “No quería empañar la limpieza de mi nombre con la dudosa fama que en
aquella época caía como un sambenito casi deshonroso sobre toda mujer literata
“[16].
Esta renuncia al nombre no impidió, sin embargo, que dedicase toda su vida a
escribir, especialmente teatro. Su obra Canción
de cuna, de 1911, fue uno de los grandes éxitos del teatro popular de la
época. Pero bajo la marca Martínez Sierra se escribieron también texto de tono
reivindicativo a favor de la liberación de la mujer. María Lejárraga siguió
utilizando el nombre de su marido incluso después de que la abandonara por una
actriz [17].
También Concha Espina,(1869-1955) autora de una de las obras más leídas de la
época, La esfinge maragata, y una de
las escritoras más populares de la posguerra, tuvo que rehacer su vida, igual
que las hojas de sus cuartillas escritas rotas por su marido: “Rotas en cuatro
trozos, rotas con violencia, estaban en el suelo (…) y las fui armando de
nuevo, como quien arma un rompecabezas. No dijo una palabra, nada preguntó ni
su voz se alzó airada. Sólo sentía una gran lástima. Y una decisión, una
voluntad inmensa” [18].
Otra escritora de la misma generación, la
gallega Sofía Casanova (1862-1958) utilizó, sin embargo, la oportunidad que le
dio casarse con un noble polaco para dejar su tierra, ver mundo, aprender
idiomas y convertirse en una de la primeras reporteras españolas en el
extranjero, al firmas sus crónicas para el diario ABC desde Polonia y Rusia,
donde fue testigo de la Revolución de Octubre[19].
Casanova es, junto a la poeta, narradora, crítica y estudiosa de la literatura
clásica española Blanca de los Ríos (1859-1956), una de las mejores amigas de
Pardo Bazán. De esta generación forma parte también de María Goyri (1873-1955),
una de las pocas intelectuales de la época que tuvo formación universitaria,
mujer de Menéndez Pidal , recopiladora y estudiosa, como él, de gran parte de
nuestra literatura popular. En la órbita del 98, tenemos que citar también a
Carmen Baroja (1883-1950), miembro de una de las familias más vinculadas al 98,
cuya biografía Recuerdos de una mujer de
la generación del 98 ha sido editada hace apenas unos años[20].
Las memorias de Carmen Baroja sacan a la
luz las tremendas dificultades de una mujer, formada en un ambiente ilustrado y
liberal, para salirse del papel que se le había asignado. Formará parte muy
activa en la creación de una de las asociaciones más importantes que se crearon
en Madrid para impulsar la cultura de la mujer, el Lyceum Club Femenino,
fundado en 1926 por María de Maeztu.
La figura de María de
Maeztu (1882-1947) es absolutamente clave para entender el papel de la mujer en
esta generación que se abre hacia el 27, esos años en los que España, y
especialmente Madrid, vivió uno de los periodos más creativos e intensos de su
historia. Su labor en defensa de la educación de la mujer, heredera de las
ideas de la Institución Libre de Enseñanza, la llevaron a aceptar la creación,
en 1915, de la Residencia de Señoritas, una especie de versión femenina de la
famosa Residencia de Estudiantes, tan fundamental en la historia literaria y
artística de los años 20. En la Residencia de señoritas vivieron, por ejemplo,
Victoria Kent, cuando se trasladó a Madrid para estudiar derecho, o la
periodista Josefina Carabias. Siguiendo el modelo de las asociaciones de
mujeres que ya proliferaban en Europa, en 1926 se creó en Madrid, en la Casa de
las Siete Chimeneas, actual sede del Ministerio de Cultura, el Lyceum Club Femenino,
bajo la presidencia de María de Maeztu y las vicepresidencias de Victoria Kent e Isabel
Oyarzábal, el cargo de secretaria lo ostentó primero Zenobia Camprubí, y
después Ernestina de Champourcin. Enseguida se convirtió en un referente de la
vida cultural madrileña. La prehistoria de la relación entre la Institución
libre de enseñanza y la educación de la mujer la había escrito Concepción
Arenal al colaborar directamente con Fernández de los Ríos [21].
Maeztu pertenece a una familia singular que puso en práctica los ideales
educativos regeneracionistas, concretamente su madre, Juana Whitney, influyó
enormemente en su vocación pedagógica. Su formación la completó el magisterio
de Ortega y Gasset en la Facultad de Filosofía de Madrid, donde se licenció en
1915, y la relación de fraternidad y
admiración que estableció con Unamuno, a quien conoció a través de su hermano
Ramiro, gran amigo del escritor bilbaíno[22].
El Lyceum Club fue
atacado, sin embargo, desde muchos
frentes: para Margarita Nelken[23]
era demasiado conservador; para gran parte de la intelectualidad masculina de
la época, estaba demasiado respaldado por los maridos de las señoras, “el club
de las maridas” llegaron a llamarlo despectivamente; y para los sectores más
involucionistas del movimiento femenino, era demasiado avanzado. Sin embargo, y
a pesar de todo eso, aglutinará a la mayor parte de las escritoras de la nueva
generación, que van a encontrar en el nuevo asociacionismo femenino una forma
distinta de estar presentes en la vida cultural y literaria de la época. En
Barcelona, el Lyceum Club se crea en 1931, en el número 39 de Via Laietana, y en él participaron algunas de las mujeres
que durante los años veinte y treinta renovaron el panorama de la literatura
catalana: Carme Montoriol, Teresa Vernet, Anna Muriá, Aurora Bertrana o Carmen
Karr [24].
Esta generación será la que comparta
ilusiones, proyectos, libros, tertulias y revistas con los miembros más
destacados de la generación del 27, la que recibirá los ecos de la vanguardia,
la que descubrirá una nueva forma de vestir, de pasear por la ciudad, es,
definitivamente la primera generación de mujeres modernas, término con el que
se las conocía por entonces, que se cortaban el pelo, fumaban, frecuentaban las
tabernas y los cines, hacían deporte y viajaban solas fuera de España. Es la
generación que alcanzará su esplendor en los primeros años treinta, la que conocerá,
después de la guerra, la amargura del exilio y con la que se cerrará, el primer
gran capítulo de la particular lucha por la igualdad.
Es la generación a la
que pertenecen María Zambrano, Concha Méndez, Maruja Mallo, Ernestina de Champourcin, Josefina de la
Torre, Carmen Conde, Rosa Chacel, Elizabeth Mulder, Lucía Sánchez Saornil, María Teresa León,
Marina Romero, Margarita Ferreras[25];
pero es también la de las primeras políticas y parlamentarias españolas, la de
Margarita Nelken[26],
Victoria Kent y Clara Campoamor. Ellas conocerán el acceso de la mujer al mundo
universitario y la conquista del derecho al voto, y en muchos casos
reivindicarán los derechos de las mujeres obreras y campesinas, pobres y
analfabetas, conscientes de que su mundo, burgués y urbano, les permitía andar
un camino difícil, sí, pero lleno de privilegios.
Cuando en 1932 Gerardo
Diego publica su famosa antología Poesía
española contemporánea (1901-1932) que consagrará a los poetas del 27, no
incluye a ninguna mujer; dos años después, en la segunda edición, y tal vez, se
dice, por la mediación de Juan Ramón Jiménez, introduce a Ernestina de
Champourcin y a Josefina de la Torre. Gracias a su inclusión en esta antología
de referencia, del grupo de escritoras que cultivaban la poesía, han sido los
únicos nombres algo visibles para la literatura posterior. Concha Méndez,
editora, junto a Manuel Altolaguirre, de gran parte de los libros y las
revistas más importantes del grupo, no encuentra su sitio en aquel parnaso[27].
En los últimos veinte años ha habido una
importante labor de recuperación de nombres, de rastreo de obras y poemas,
muchas veces sin editar[28];
del mismo modo que se están realizando estudios académicos sobre sus obras.[29]
Josefina
de la Torre (1907- 2002), participó muy
activamente de la vida cultural de los años 20, publicó su primer libro de
poemas con prólogo de Pedro Salinas en 1927, y segundo poemario Poemas de la Isla en 1930 .
En su poesía se percibe una honda influencia de los tonos populares de Lorca y
un pequeño eco de las innovaciones, sobre todo léxicas, introducidas por la
vanguardia. Su siguiente libro no lo publicaría hasta 1947, durante esos años
se dedica sobre todo al teatro y al doblaje de películas, ella es la voz, por
ejemplo, de Marlene Dietrich. Al final de su vida escribió dos novelas: Memoria de una estrella y En el umbral . Su nombre, que empezó a
aparecer con fuerza en los primeros años de su actividad literaria, se fue poco
a poco desvaneciendo, algo parecido le ocurrió al otro gran nombre de las
poetas del 27, Ernestina de Champourcin (1905-1999). Perteneciente a una
familia culta y cosmopolita, desde pequeña siente inclinación a la poesía, es
asidua a las tertulias y círculos literarios, sustituyó a Zenobia Camprubí,
como hemos visto, en la secretaría del Lyceum Club. En 1926 publica su primer libro En silencio, bien acogido por la crítica;
al que siguen otros dos libros marcados por la influencia de la poesía pura y
del formalismo poético juanrramoniano: Ahora
y La voz en el viento. Antes de
partir al exilio publica uno de sus libros fundamentales, Canto inútil en 1936. Unos años más tarde, ya en su exilio
mexicano, ve la luz Presencia a oscuras, de 1952, un libro lleno de tonos religiosos,
íntimos o secretos, donde se aprecia un neorromanticismo que la aleja de las
primeras transformaciones de la vanguardia. En sus años de exilio frecuenta a
su añorado maestro Juan Ramón, sus recuerdos los plasmará en un libro: La ardilla y la rosa, Juan ramón en mi
memoria. En 1972 regresa a España, donde permanecerá, oculta e invisible,
como tantas otras escritoras de su generación hasta el día de su muerte. Otra de las poetas que más
activamente vivió los 20 fue Concha Méndez [30]
(1898-1986) prototipo de mujer moderna, campeona
de natación, rebelde ante las limitaciones que le imponía una familia rica de
nuevo cuño que le impidió ir a la universidad o tener cualquier contacto con
los libros desde casi su primera infancia. Novia en su juventud de Luis Buñuel,
amiga inseparable de Maruja Mallo, la más radical y libre de las mujeres de su
generación, con quien recorría las tabernas y las calles de Madrid practicando
lo que entonces era una moda subversiva, el sinsombrerismo; mujer, casi madre,
como recuerda Carlos Morla Linch[31]
de Manuel Altolaguirre, amiga hasta la muerte de Luis Cernuda, a quien dio
cobijo en su casa de Tres Cruces cuando el poeta sevillano, cansado de sus
andanzas, de tantos años, por el mundo anglosajón, tuvo necesidad de volver al
idioma español y a la cercanía de sus amigos, a México. Desengañada del papel
secundario que se le ha otorgado en la historia de su generación, apenada, como
señala su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre, por “la indiferencia que el
exterior, es decir, sus contemporáneos y el público en general, tuvieron por su
obra poética y por su persona. El hecho de que no la tomaran en serio, salvo
como portavoz de la vida de los otros, logró que finalmente ella guardara su visión del mundo como
algo privadísimo, que no interesaba a nadie”[32],
entristecida y encerrada en los muros de su casa y protegida por su familia,
ella, que amó tanto viajar, ver mundo, arriesgarse y partir. La obra poética de Méndez, desde Inquietudes, Surtidos o Canciones de mar y
tierra, publicadas en los años 20, beben de la mejor poesía de sus
compañeros de generación, especialmente de Alberti, y los tonos neopopulares de
su Marinero en tierra. Va alcanzando
mayor hondura en sus libros posteriores, especialmente en Niño y sombra, de 1936, marcada por la muerte de su hijo al nacer.
La idea de “guardar
su visión del mundo como algo privado, privadísimo”, fue común a muchas de
estas autoras, que con el correr de los años, tanto en el exilio como en la
penosa situación española de la posguerra, ocultaron su vida anterior, la
guardaron dentro, y también su escritura, como es el caso de una de las más
interesantes poetas, Lucia Sanchez Saornil (1895-1970) que no publicó ningún
libro durante su larga vida y permaneció en España durante el franquismo
dedicándose a las más variopintas actividades, como pintar abanicos,[33] o Margarita Ferreras,
autora de uno de los libros más interesantes de su generación, Pez en la tierra, cuya rastro
prácticamente se ha perdido; o María Luisa Muñoz de Buendía, María Teresa Roca
de Togores, que publica su primer libro a los quince años, pero tendrían que
pasar catorce hasta la publicación de su segundo poemario El puente de humo, y veintiocho más hasta su último poemario Antología impersonal; María Cegarra,
primera mujer perito en química que
publicó un libro Cristales míos en
los años treinta, Pilar de Valderrama, Gloria de la Prada, Cristina de Arteaga,
Josefina Bolinaga, María Luisa Muñoz de Buendía, Marina Romero, Josefina Romo,
Dolores Catarineu, Esther López Valencia[34]…
Frente al silencio
y el callado olvido de muchas de estas mujeres, en 1978 una escritora de esta
generación consigue el que había sido el gran sueño de Pardo Bazán, ser
académica de la lengua. En enero de 1979 Carmen Conde lee el discurso de
ingreso en la Academia y se convierte así en la primera mujer que ocupa un sillón,
el sillón K .Será prácticamente el único gran reconocimiento público y oficial
a esta generación, si exceptuamos la concesión del Premio Cervantes a María
Zambrano. Carmen Conde (1907-1996) se da a conocer en el año 1928 con un libro, Brocal, de marcada influencia
juanrramoniana, pero será después de la guerra cuando alcance su plenitud como
escritora, Mujer sin eden, del año 47,
está considerado uno de los referentes de la poesía de la década. En sus años
de madurez escribe también novela y teatro.
Existen otros
nombres que, aunque no han sido olvidados, son sin embargo algo así como
inactivos o improductivos en la historia literaria contemporánea. Uno de esos
nombres es, sin duda, el de Rosa Chacel (1898-1994) quizá la escritora más
importante de esta generación. Desde muy joven se sintió atraída por el dibujo,
en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando coincidió con la pintora Maruja
Mallo y conoció a quien sería su marido, Timoteo Pérez Rubio. Cuando empezó a
decantarse por la literatura, al comenzar los años 20, parte con su marido
hacia Roma, allí pasará los años en los que se fraguan los hitos de su
generación, y comienza una fase de lecturas que será decisiva para su formación
como escritora, lee a Joyce, a Proust, a Freud. Al volver a España, en 1927,
trae un libro Estación. Ida y vuelta,
que concibió como ”mi pasaporte de regreso al intentar recuperar aquí mi
puesto”[35], pero su puesto, si es
que alguna vez lo tuvo, tardaría en ser recuperado. Se sentía excluida del
mundillo literario, era distinta a las mujeres que reinaban en él, no tenía la
audacia de Maruja Mallo ni los contactos de Concha Méndez. Consiguió, sin
embargo, colaborar en la Revista de
Occidente de Ortega, donde publicó, en 1931, un artículo fundamental Esquema de los problemas prácticos y
actuales del amor en el que se enfrentaba abiertamente a ciertas teorías imperantes, procedentes de obras tan
destacadas como la del sociólogo alemán Simmel, o la de Gregorio Marañón, sobre la inferioridad
cultural de la mujer, cimentadas en la idea de que la cultura es,
esencialmente, masculina. Estas ideas, recogidas por Ortega en su artículo ¿Masculino o femenino? del año 1927,
vuelven a situar a la mujer en una esencialidad que la imposibilita para
cualquier tipo de creación. La idea orteguiana de que “el hombre hace, pero la
mujer es” , junto con la justificación biológica de la diferencia entre los
sexos por parte de alguien tan prestigioso en el época como Gregorio Marañón, defensor
de la diferencia esencial entre el varón, un ser eminentemente público, y la
mujer, un temperamento privado, ponen de manifiesto la encubierta misoginia que
presidía el pensamiento de gran parte de la intelectualidad española y europea[36] .Frente a estas postura,
Chacel proponía, de forma prudente, eso sí, la negación de ese diferencia esencial, sustancial entre hombres y
mujeres. Defiende la idea de que
escribir y pensar son actividades humanas que no admiten diferencia de género,
y, tal y como señala Kirkpatrick, “bosquejará también la idea de que la misión
de la vanguardia contemporánea consiste en eliminar los efectos ofuscadores y
distorsionadores de las estructuras de género tradicionales”[37]. La carrera literaria de Chacel, cuya vida estuvo marcada, a
partir de 1938, por el exilio, la soledad y el abandono, se fue construyendo poco
a poco, hasta dar con alguna obra maestra como sus novelas Memorias de Leticia Valle y Barrio
de Maravillas[38]. Muy cercana a
las ideas defendidas por Chacel en sus artículos para la Revista de Occidente,
está su amiga María Zambrano (1904-1991) escritora magnífica y pensadora
original, sin parangón en el panorama español, o acaso, europeo. Surgida del
Madrid de la vanguardia, atraviesa mundos, muchos mundos, hasta dar con su voz.
Una voz que zanja el debate sobre la
autoría femenina señalando que “el autor es neutro, neutro por más allá y no
por más acá de la diferenciación existente entre hombre y mujer”[39]. Zambrano sabe, como ella
misma dijo de las mujeres en las novelas
de Galdós, que el hombre y la mujer son ontológicamente iguales. Para alguien
que escribe y piensa como ella, el debate resulta verdaderamente fuera de
lugar. Otra mujer exiliada, Mercé Rodoreda (1908-1983), lleva al más alto nivel
la narrativa escrita en catalán. Antes de partir al exilio escribe, en 1938,
una de sus obras fundamentales, Aloma,
donde crea al personaje femenino que
será, junto a la Natalia- Colometa de La
plaza del diamante, el más importante de su obra [40]. La figuras de estas, y
de otras muchas, mujeres del exilio que vivieron literalmente en carne propia
la quiebra irreparable que supuso la guerra civil, se aventuraron por un mundo
desconocido con la escritura como único, pero formidable, suelo que pisar.
Años 40. No será
necesario decir que las rutas iniciadas, tan lenta y penosamente, a lo largo de
más de medio siglo, terminaron de nuevo en el hogar. Regresó su ángel y su
monstruo. El Lyceum Club Femenino se transforma en el Club Medina, la mujer es
de nuevo confinada a “sus labores”, pierde todo tipo de derechos civiles; su
misión, como quería en los años 20 Marañón, es tener hijos y cuidarlos y no
salir de ese ámbito doméstico que naturalmente le corresponde por los siglos de
los siglos. Pilar Primo de Rivera, al frente de la Sección Femenina, alaba las
excelencias de la aguja como ideal para la mujer. “Dame una agua y moveré el
mundo” era un dicho de la época. No hay libro como Usos amorosos de la posguerra [41] de esa “chica rara” de Salamanca que fue
Carmen Marín Gaite, para entender lo que significaron aquellos años en la vida
cotidiana, que es la única que de verdad se tiene, de las niñas que crecieron
en aquella época.
Pero a pesar de
todo, y como continuando una tarea sin acabar, en la posguerra se vive un
auténtico esplendor de la literatura escrita por mujeres, sobre todo a partir
de 1944 [42] Algunas
autoras de generaciones anteriores, como Carmen Conde o Concha Espina,
representantes de una narrativa, podríamos decir, realista de corte
tradicional, tienen gran éxito; triunfa
también un tipo de literatura rosa de la mano de escritoras como Carmen de Icaza,
Maria Luz Morales, Laura de Naves o la propia Elizabeth Mulder [43]; o la novela lírica de Eulalia Galvarriato.
Pero sin duda, la novela más importante de los primeros años 40 es Nada, de Carmen Laforet, ganadora del
primer premio Nadal el año 1944, convertida, junto a La familia de Pascual Duarte de Cela en un referente de la
renovación narrativa de la primera posguerra. Nada cambia radicalmente el marco de las novelas que se estaban
escribiendo por entonces, y hace de Andrea, la protagonista, testigo desesperanzado de la sordidez de
aquel tiempo y de aquel espacio, el modelo de mujer que servirá de referente a
las primeras novelas de autoras como Martín Gaite o Ana María Matute.
En los años 50 destacan una primera generación
de autoras, nacidas entre 1910 y 1920, que se adentran en un tipo de narrativa
testimonial, pertenecen a este grupo Concha Castroviejo, Mercedes Formica,
Elena Soriano, Carmen Kurtz y Dolores Medio. Muchas de estas mujeres son buenas
representantes de lo se ha llamado “feminismo ilustrado”, son mujeres cultas,
de clase acomodada, de talante liberal y defensoras, en mayor o menor medida,
de los derechos de la mujer[44]. Mercedes Formica (1918-2002)
abogada con bufete propio desde finales de los 40, perteneciente a Falange, es
un curioso caso de defensora de los derechos de la mujer: desde sus artículos
del diario ABC, planteó la necesidad de reformar el Código Civil, que se
modificaría, ciertamente, en 1958[45]. Desde el punto de vista
literario, fue autora de un par de
novelas, Monte de Sancha, o La ciudad perdida, que obtuvieron cierto
éxito pero “no aportó nada nuevo a la novela contemporánea[46] .Elena Quiroga
(1921-1995) es también una autora de novelas de corte folletinesco, que tampoco
aportará gran cosa a la novela contemporánea[47]. Más interesante es el
caso de Dolores Medio (1911-1996) ganadora del Nadal en 1952 con su novela más conocida, Nosotros, Los Rivero, la historia de una saga familiar narrada
desde el punto de vista de un adolescente, es una novela de corte tradicional
con aproximaciones al realismo social. Elena Soriano (19917-1996) fundadora de
la mítica revista literaria El Urogallo,
se dio a conocer con la novela de ambiente rural Caza menor, en 1951. En 1955 publica el primer libro de su trilogía
Mujer y hombre, La playa de los locos, donde intenta sumergirse en el mundo de la
pareja desde una nueva perspectiva, tan nueva que la censura que la prohibió[48]. Trató el tema de la
maternidad, fundamental siempre para abordar el papel de la mujer en el mundo,
en uno de sus últimos libros, Testimonio
materno, donde convierte en material literario el suicidio de su hijo. Carmen
Kurtz, (1911-1999) ganadora del premio Planeta en 1956 por la novela El desconocido, de tintes folletinescos,
donde, como en la mayor parte de sus novelas, “la reflexión del papel de la mujer en la
sociedad no traspasará el límite moral de los valores tradicionales”[49]. Susana March (1918-1991)
famosa también como poeta, llena sus novelas de personajes femeninos que
intentan abrirse camino en el conflictivo mundo intelectual masculino.
Mucho más éxito tuvo otra novelista que
empieza a publicar por las mismas fechas, Mercedes Salisachs (1926) una
escritora que defiende, sobre todo en sus primeras novelas, los valores del
régimen, como en su primera novela, con elocuente título, Los que se quedan, del año 1942. Conseguirá la consagración
definitiva cuando en 1973 gane el premio Planeta con La gangrena. A estos nombres, podemos añadir también los de Concha
Castroviejo, Liberata Masoliver, Eva Martínez Carmona, Mercedes Rubio…
La segunda
generación, nacidas después de 1920, la conforman un grupo de escritoras en el
que destacan tres nombres: Carmen Martin Gaite, Ana María Matute y Josefina
Aldecoa. La entrada a la literatura de
estas escritoras será por la puerta grande, ganando algunos de los premio de
novela más importantes de la época y que tanto hicieron, por cierto, para la
promoción de la literatura de la posguerra: Martín Gaite gana el Nadal en 1957
con Entre visillos; Ana María Matute
(1926), lo recibe 1961 por Primera
memoria; en el 54 había ganado el Planeta por Pequeño teatro. Matute ha ido dibujando, novela a novela, el mundo
de la infancia, el de la guerra, su primera novela Los
hijos muertos, es uno de los grandes relatos sobre la guerra civil. A
partir de los años 90 la novelística de Matute da un giro hacia marcos
medievales, y se convierte en una escritora de enorme éxito, en 2010 se
convierte en la tercera mujer que recibe el Premio Cervantes, y ocupa el sillón
K de la Real Academia, el mismo que ocupara en su día Carmen Conde. Martín
Gaite (1925-2000) es, al igual que sus primeros personajes femeninos, una
“chica rara” que encuentra en la literatura la única escapatoria para salir del
ambiente opresor en el que vive, el hecho de escribir es para ella, una forma
definitiva de estar en la calle, en el mundo, de dejar la casa provinciana con
sus visillos y su cuarto de atrás. La trayectoria literaria de Martín Gaite ha
alcanzado cotas importantes de éxito y de ventas con obras como Nubosidad variable, Irse de
casa, Lo raro es vivir, o Caperucita en Manhatan. Al igual que la
recientemente desaparecida Josefina Aldecoa (1926-2011), autora muy reconocida
sobre todo en las últimas décadas de su vida, desde la publicación de Los niños de la guerra (1983) Historia de una maestra (1990) o Mujeres de negro 1994, todo un homenaje
a las maestras de la república, ella que tanto trabajo había dedicado a la
enseñanza[50]. De
esta misma generación, podemos citar nombre menos conocidos como Concha Alós,
Maria Luisa Forrellad.
En los años
cuarenta, después de la publicación de Hijos
de la ira de Dámaso Alonso y Sombra
del paraíso de Aleixandre, la poesía española empieza a recuperarse, y las mujeres
poetas escriben una poesía cada vez más honda y valiente, “es precisamente en
la década de los cuarenta cuando se observa la aparición de mujeres que
escriben poesía con una exigencia de calidad, intentando romper los
condicionamientos literarios negativos a que siempre se habían visto sometidas”
[51] . Se editan tres libros
fundamentales: Mujer sin edén de
Carmen Conde en 1947, Mujer de barro
de Ángela Figuera en 1948 y Pájaro de
nuevo mundo de Concha Zardoya en 1948. Junto a esta poesía se escribe mucha
poesía religiosa e intimista, en la línea de los poetas arraigados: Clemencia
Laborda, Alfonsa de la Torre, Margarita de Pedroso, María de Madariaga, Juliana
Izquierdo, Mercedes Chamorro, Juana Martín, Concha Suárez…
Carmen Conde ya se
había dado a conocer antes de la guerra, pero el caso de Ángela Figuera,[52] es singular. Nació en
1902, pertenece por tanto a la misma generación de Conde y del grupo de poetas
que empezaron a publicar “en torno al 27”, pero ella no lo hizo hasta 1948
cuando publicó precisamente, Mujer de
barro, el libro que la dio a conocer. En los años en los que triunfa en
España la poesía social, escribe su libro más importante, Belleza cruel, y su nombre debería estar, junto al Blas de Otero y Gabriel Celaya, en todos los
manuales de literatura[53]. En esta misma línea hay
que citar a una poeta mucho más joven, Gloria Fuertes[54], una de las poetas más
populares que ha habido nunca en España. Talentosa y llena de energía, rompió
muy bien los moldes, tanto por el contenido de sus poemas como por tu talante
vital, de lo que significaba ser poeta y mujer en aquellos años. A finales de
los 50 y principios de los 60 se dan a conocer una serie de poetas, nacidas en entre
1920 y 1935, que ya no escriben como
seres extraños o distintos, como sujetos ocultos o negados, sino que confirmar
su identidad, hablan desde ella, y desde ella construyen su voz. Se trata de
una generación de grandes poetas: Maria Beneyto, Julia Uceda, María Elvira
Lacaci, Pino Betancor, Cristina Lacasa, Dionisia García, Concha Lagos, Josefina
Roma, Angelina Gatell, Pilar Paz Pasamar, María Victoria Atencia, Pino Ojeda,
Francisca Aguirre, María Teresa Cervantes, Carmen González Mas, Ana María
Fagundo… cuyo rastro seguirá otra generación más joven: Ana María Moix, Clara
Janés, Pureza Canelo, Juana Castro… [55]
Y están también las voces más jóvenes del exilio:
Nuria Pames o Teresa Gracia.
Desde finales de
los años 70, tras la llegada de la democracia, las voces femeninas están cada
vez más presentes. A partir de los años 80, algo así como una moda inunda el
mercado de libros de poemas firmados por mujeres[56]. Las novelistas alcanzan también su lugar,
desde todos los puntos de España, escribiendo en todas las lenguas españolas. Adelaida
García Morales, Esther Tusquets, Monserrat Roig, Carme Riera, Soledad Puértolas,
Rosa Montero, ……….… [57]. También empieza a haber
importantes autoras de teatro, Ana Diosdado, Paloma Pedrero, uno de los géneros
menos cultivados por las escritoras.
Los suplementos culturales, las librerías, las
revistas literarias, se van llenando de
nombres de mujer. Nombres que ya no es necesario rescatar del olvido, nombres
que, afortunadamente, todos los lectores
conocen, conocemos. De modo que “la escritura que llaman femenina”, por citar
la expresión de Hélène Cixous, se ha ganado el lugar por el que tanto lucharon,
siglos atrás, las mujeres que se aventuraron en ese acto impredecible,
indefinible, inacabable e incalificable, que es el acto de escribir. Al fondo, el eco de los versos que escribió Ángela
Figuera dedicados a sus compañeras escritoras: “No os quedéis en el margen. Que
las aguas os lleven/ sobre finas arenas o afilados guijarros / Que os penetren
las sales. Que las zarzas os hieran./ Y, acerando la quilla, remontad la
corriente /hacia el puro misterio donde el río se inicia”.
[1]
Autora de un libro titulado
precisamente El ángel del hogar (1859) “donde postula la idea de que la
mujer debe salir de la cultura oral y que se constituya dentro de la cultura
escrita”, Alda Blanco, Escritora,
feminidad y escritura en la España de medio siglo, en Breve historia feminista de
la literatura española, tomo V, Barcelona, Anthropos, 1998, p 33. Alda
Blanco sugiere que las escritoras de la
domesticidad, proponen un modelo de figura doméstica letrada, cuya función
fundamental es servir de trasmisión en la educación de las hijas, op, cit. P. 27
[2]
En La tradición femenina de poesía romántica,
Susan Kirkpatrick afirma que existía una idea de la mujer escritora muy
productiva en el siglo XIX, la idea “de que escribir poesía era natural en la
mujer, de que había una especie de compatibilidad entre la subjetividad
femenina y la poesía lírica” en Breve
historia feminista… cit, p. 40. En este mismo sentido, al analizar la
figura de Emily Dickinson, señala Adrianne Rich que se creó sobre ella toda una
leyenda romántica de mujer extraña, solitaria y pusilánime, para encubrir una
poesía radical y subversiva, que no se adecuaba a esa ideología de lo femenino
que imperó durante todo el siglo XIX para dar cuenta del papel de la mujer
escritora, Adrianne Rich, El Vesubio en
casa. El poder de Emily Dickinson, en Sobre
mentiras, secretos y silencios, Madrid, Horas y Horas, 2011, pp.
227-272.
[3] Sandra Gilbert y Susan Gubar, han estudiado la
figura de la mujer escritora como la enajenada que no participa del mundo, como
la” loca del desván” en su libro clásico La
loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX,
Cátedra, 1998.
[4] Sandra Gilbert y
Susan Gubar, op.cit., p.63
[5]
Citado por Maryellen
Bieder, Emilia Pardo Bazán y la
emergencia del discurso feminista, en Breve
historia feminista de la literatura española, vol. V, cit., p. 81
7.
En contra de lo que se piensa, el
número de mujeres escritoras en el siglo XIX era considerable, véase el imprescindible
catálogo de escritoras españolas de María del Carmen Simón Palmer, Escritoras españolas del siglo XIX:
Manual bio-bibliográfico, Madrid,
Castalia, 1991.
[9]
Ángela Ena Bordonada, Novelas breves de escritoras españolas,
1930-1936, Madrid, Castalia, 1989, p.20.
[10]
Para un amplio panorama de
la revolución que supuso esta nueva mujer en la España de la época, véase
Shirley Mangini, Las modernas de Madrid.
Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, Barcelona, Península,
2001.
[11]
La recuperación de mujeres
escritoras corre paralela al apogeo de la crítica literaria feminista,
desarrollada sobre todo a partir de la década de los 70. Entre los libros
clásicos de teoría literaria feminista destacamos: Toril Moi, Teoría literaria feminista, Madrid,
Cátedra. 1998.; Myriam Díaz-Diocaretz e
Iris M. Zavala (Coords.) Teoría
feminista: discursos y diferencia, Tomo I de la Breve historia feminista de la literatura española, cit.; Hélène
Cixous y Luce Irigaray, La risa de la
Medusa, Barcelona, Barcelona, Anthropos, 1995.
[12]
Sobre Carmen de Burgos,
véase el capítulo que le dedica Susan Kirkpatrick en su libro Mujer, modernismo y vanguardia en España
(1898-1931), Madrid, Castalia, 2003, pp.165-210.
[13] Susan Kirpatrick,, op. cit., p. 197
[14]
Susan Kirkpatrick realiza
un interesante análisis de los personajes de esta novela desde una perspectiva
feminista.
[15]
Según Mangini, este hecho
se debió, en parte, a la traumática ruptura con el que había sido su compañero
durante casi veinte años, Ramón Gómez de la Serna, quien en 1929 comienza una
relación con Maruja, la hija única de Carmen; algo que sumió a la escritora en
una profunda crisis, véase Las modernas
de Madrid, cit., p.64. La relación con Gómez de la Serna, casi veinte años
más joven que ella, fue otro de los motivos de escándalo en la vida de la
escritora.
[16]
Citado por Amparo Hurtado, Las escritoras del 98, en Breve
historia feminista de la literatura española, vol. V, cit, p. 148
[17]
Véase el libro de Antonina
Rodrigo María Lejárraga, una mujer en la
sombra, Madrid, Ediciones VOSA, 1994.
[18]
Josefina de la Maza, , Vida de mi madre, Concha Espina , citado
por Amparo Hurtado, op. cit. P. 149
[19]
Véase la introducción de
Victoria López-Cordón en su edición de Sofía Casanova, La revolución bolchevista, Madrid, Castalia, 1989; y el estudio de
M. Carmen Simón Palmer, Tres escritoras
españolas en el extranjero, Cuadernos bibliográficos, 1987, pp. 157-180.
[20]
Véase, Mangini,
Las
modernas de Madrid, cit.,p.
55. También Susan Kirkpatrick, le dedica un capítulo en Mujer,
modernismo y vanguardia en España, cit. pp.29-54
[21]
De hecho, según señala
Inmaculada de la Fuente, Arenal fue la inspiradora de muchas de las nuevas
ideas de las mujeres institucionistas, véase, Mangini, Las modernas de Madrid,cit. p. 71.
[22]
Sobre María de Maeztu,
véase el libro Españolas del siglo XX
promotoras de la cultura, Isabel Gallego y M José Jiménez (eds.), Málaga,
CEDMA, 2003, pp.27-61; y Antonina Rodrigo, Mujeres
de España, las silenciadas, Barcelona, Plaza y Janés, 1979, pp. 127-138.
[23]
Tampoco Carmen de Burgos o
Concha Espina frecuentaban el Club, porque eran mujeres divorciadas, véase
Mangini, Las modernas de Madrid cit., pp. 210-211.
[24] Para un panorama de la literatura
escrita en catalán por mujeres véase, el tomo VII de Breve historia feminista de la literatura española, en lengua catalana,
gallega y vasca, Barcelona, Anthropos, 2000.
[25]
A estos nombres, iremos
añadiendo otros que sólo en los últimos años se están rescatando del olvido.
[26]
Autora, por cierto, de uno
de los primeros libros en los que se trató de rastrear los nombres de mujeres
escritoras a lo largo de la historia, titulado Las escritoras españolas (1930) reeditado recientemente por la
editorial Horas y Horas, Madrid, 2011.
[27]
Sin embargo Angel Valbuena
Prat en su libro de 1930 Poesía española
contemporánea sí cita, junto a las dos antologadas por Diego, a Concha
Méndez, aunque lo hace en las cuatro últimas líneas del libro y sin ningún
comentario que vaya más allá de la
mención del nombre. Véase Ángel Valbuena Prat, Poesía española contemporánea, Madrid, Compañía Íbero-Americana de Publicaciones,
1930, p. 130.
[28]
De las distintas antologías
que se han realizado en los últimos años sobre mujeres poetas de esta
generación, destacamos la de Luzmaría Jiménez Faro, Poetisas españolas. Tomo II: De 1901 a 1939, Madrid,
Torremozas, 1996, que recoge poemas de
alguna poeta de la generación inmediatamente anterior, como Blanca de los Ríos,
Sofía Casanova; la de Emilio Miró, Antología
de poetisas del 27, Madrid, Castalia, 1999, centrada en los nombres más
célebres: Concha Méndez, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Josefina de la
Torre y Carmen Conde; y la de Pepa Merlo, Peces
en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno al 27, Sevilla,
Fundación José Manuel Lara, 2010, que se
esfuerza por dar a conocer nombres que jamás habían sido incluidos en antología
alguna. Para completar el panorama de las antologías del 27
y la presencia en ellas de nombres de mujeres poetas, remito a la Introducción
de Pepa Merlo a la antología citada.
[29]
Uno de los más completos
sobre las poéticas, tendencias, influencias y temas es la Tesis doctoral de
Inmaculada Plaza Agudo, Imágenes
femeninas en la poesía de las escritoras españolas de preguerra (1900-1936),
Universidad de Salamanca, 2010.
[30] Sobre
Concha Méndez, véase el capítulo dedicado a ella en el libro Españolas del siglo XX promotoras de la
cultura, cit., pp129-176; así como Mangini, Las modernas de Madrid, cit.
[31]
En los recuerdos de Carlos
Morla Lynh, narrados desde la perspectiva de una sincera amistad y una
cotidiana camaradería, está muy presente
la pareja formada por Méndez-Altolaguirre, véase Carlos Morla Lynch, En Madrid con Federico García Lorca,
Sevilla, Renacimiento, 2008.
[32]
Paloma Ulacia Altolaguirre,
Memorias habladas, memorias armadas,
Madrid, Mondadori, 1990, p. 22
[33] Su
obra poética la publicó hace unos años la editorial Pretextos de Valencia:
Lucía Sánchez Saornil, Poesía, ed, de
Rosa María Martín Casamitjana, Valencia, Pre-textos, 1996.
[34]
Para leer algún poema de
estas autores y conocer alguna referencia biográfica, remito a la antología de
Pepa Merlo, Peces en la tierra, cit.
[35]
Citado
en Susan Kirkpatrick, Mujer, modernismo y
vanguardia en España (1898-1931) cit. p. 266. En este libro Kirkpatrick
dedica un capítulo a la figura de Chacel, pp. 59-84.
[36]
Para ampliar este debate,
véase Kirkpatrick, op. cit., pp. 272-273.
[37]
Kirkpatrick, op.cit.,
pp277-278
[38]
Para la evolución literaria
de Chacel, véase, Ana Rodriguez Fischer, Hacia
una nueva novela: Rosa Chacel, en Breve
historia feminista de la literatura española, vol.V, cit., pp. 239-266
[39]
Citado por Chantall
Maillard, Las mujeres en la filosofía
española, en Breve Historia feminista
de la literatura española, vol. V, cit., p. 273
[40] A Rodoreda le dedica un capítulo la escritora mexicana
Rosario Castellano en su libro ya clásico, Mujer
que sabe latín, México, FCE, 2007 (1 ed. 1973), pp. 103 ss.
[41]
Carmen Martín Gaite, Usos amorosos de la posguerra española,
Barcelona, Anagrama, 1987
[42]
Raquel
Conde Peñasola señala que a partir de 1944 se publican gran cantidad de novelas
escritas por mujeres, rastrea el nombre de veinticinco autoras que publican un
total de cincuenta y tres novelas, véase
La novela femenina de posguerra,
(1940-1960). Madrid, Pliegos, 2004, p. 196.
[43]
Para el auge de la novela
rosa, véase el capítulo Novela rosa y
cultura popular, del libro de Sonia Nuñez Puente, Reescribir la femineidad: la mujer y el discurso cultural en la España
contemporánea, Madrid, Pliegos, 2008, pp. 19-61.
[44] Mª del Mar Mañas Martínes Introducción
a Elisabeth Mulder, Alba Grey,
Madrid, Castalia, 1992, p. 42-46.
[45] Según Carmen Alborg, Fórmica es una buena
representante de la extraña fusión entre feminismo y falangismo, Cinco figura en torno a la novela de
posguerra: Galvarriato, Soriano, Formica, Boixadós y Aldecoa, Madrid,
Ediciones Libertarias, 1993, pp.117-150.
[46]
Raquel Arias Careaga, Escritoras españolas (1939-1975),
Madrid, Ediciones del Laberinto, 2005, p.111.
[47]
A pesar de ello, Rosario
Castellano en el libro citado Mujer que
sabe latín, alaba una de sus obras, La
enferma, de la que dice que “es una novela magistral”, op. cit., p. 103.
[48]
Véase Carmen Alborg, Cinco figuras en torno a la novela de
posguerra: Galvarriato, Soriano, Formica, Boixadós y Aldecoa, cit. pp.
76-82
[49]
Raquel Arias Careaga, op. cit., p 127.
[50]
Para un recorrido
biográfico de estas escritoras, véase el libro Mujeres de posguerra de Inmaculada de la Fuente, Barcelona,
Planeta, 2004
[51]
Luzmaría Jiménez Faro
Introducción a Antología de poetisas
española, vol.III, p. 5.
[52]
Véase el capítulo dedicado
a ella en el libro Españolas del siglo XX
promotoras de la cultura, cit, pp. 247-283.
[53]
Pero, como se sabe, no es
así. Su poesía completa fue editada por la Editorial Hiperión de Madrid en
1996.
[54] En libro Españolas del siglo XX promotoras de la cultura está dedicado a
ella, pp. 287-311.
[55]
Todos estos nombres
aparecen en la magnífica antología preparada por Sharon Keefe Ugalde, En voz alta. Las poetas de las generaciones
de los 50 y los 70, Madrid, Hiperión, 2007. Luzmaría Jiménez Faro había
editado años antes una antología de estas poetas, Poetisas españolas, tomo III:de 1940 a 1975, Madrid, Torremozas.
1988.
[56] Buena cuenta de ello dan las
antologías: Ramón Buenaventura, Las
diosas blancas, Hiperión Madrid 1985; Ellas
tienen la palabra de Noni Benegas y Jesús Munárriz en Hiperión Madrid
1997. Para la evolución de la poesía
femenina de esta época, véase la tesis doctoral de Rosa Mora, Poesía y poética en las escritoras españolas
actuales(1970-2005), Universidad de Granada,
2006.
[57]
Para la presencia de
nombres de mujer en la literatura española actual, véase el libro Literatura y mujeres de Laura Freixas, Barcelona, Destino, 2000.
ESTE TEXTO, ESCRITO POR MAR GARCÍA LOZANO, ESTÁ PUBLICADO EN EL LIBRO CIEN AÑOS EN FEMENINO. UNA HISTORIA DE LAS MUJERES EN ESPAÑA, Madrid, AC/E, 2012, y forma parte de un proyecto dirigido por Oliva María Rubio e Isabel Tejeda.